La experiencia del Bicentenario

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Sábado 14 de marzo. 2009. 17:00 horas. La soleada tarde exhortaba a visitar al coloso durmiente de la Avenida Enrique Olivares. Seducido por su majestuoso tamaño y escandaloso silencio, comencé mi periplo, fingiendo la piel con la camiseta universitaria.

{mosimage}No me hallaba solo: junto a mi intrépido hermano, se encontraba mi amada novia. Ingresando a las inmediaciones del coloso floridano, un cuarto personaje explicita nuestro vínculo, simbolizando a nuestro futuro primogénito: “Leoncio”, el león de felpa, símbolo de nuestro amor (sí, ríanse, hombres sometidos…) y el merchandising de la Universidad de Chile en los últimos años.

El pálido, agrio e insípido pavimento contrastaba con el tsunami azul, cuyo desemboque final se daría en el caudal Norte del Bicentenario.

De todas partes llegaron las olas: Norte, Sur, Este, Oeste, Cordillera, Costa, Arica, Magallanes, San Bernardo y Las Condes.

El estricto control se llevó a cabo por los modernos caballeros de las cruzadas, quienes imitan las macizas armaduras de los conquistadores de Tierra Santa, mas sus verdes colores y soez lenguaje distan de inspirar orgullo en sus precursores medievales.

17:52 horas: la brega está a punto de comenzar. El imponente coloso comienza a recibir huéspedes, pero en su región Sur siente hambre. Está escuálido, apenado por el insuficiente alimento verde y rojo digerido aquella tarde veraniega; la Norte, en cambio, goza de una mayor salud. Está robusta. Una nutrida alimentación a base del elíxir azul, la cual tiñe el ambiente con felicidad y euforia, produce un efecto instantáneo en el titán: el color azul compone su mejor pinta, considerando la solemne ocasión y el honor de recibir a Audax Italiano y Universidad de Chile.

18:00 horas: de la mudez a la elocuencia. La puerta principal cede e ingresan a la trinchera la oncena de ángeles laicos, San Miguel a la cabeza. La mencionada región Norte estalla en júbilo, miles de voces anónimas al unísono, bajo la consigna “sale, sale, sale, León”.

18:50 horas: tras frustrados intentos de alcanzar la máxima expresión del placer, ángel laico número nueve encuentra redención, venciendo las redes del infortunio y causando el frenesí nortino. La algarabía es total. El coloso palpita sin control, al compás de “eh, oe, oe, oe, oe, ¡¡¡la ´U`!!!”. El titán sobrevive a la desbordante emoción, refutando las dudas de este escéptico escritor sobre el estado físico y cardiaco de su Majestad Bicentenaria.

19: 42 horas: la incertidumbre es realidad. Las mallas vuelven a ser vulneradas, esta vez por un capricho del número tres, quien batió a San Miguel para depositar las semillas de la duda en el Cielo azul.

19: 51 horas: desde las cenizas revivió el ave fénix, tras el bendito pie de Osvaldo. El corazón volvió al cuerpo de tantos en el mar azul, tras encontrarse al borde del colapso mental. Los ángeles laicos celebran sin reparo, como si la Última Cena estuviese a la vuelta de la esquina.

19:53 horas: el juez ha dado su veredicto. Azules, encaminados hacia la salvación celestial; verdes, hacia las penurias y el remordimiento infernal.

El efímero viaje de vuelta al hogar fue un agasajo. Tras embriagarme con el néctar del triunfo universitario, la marcha tuvo como protagonista a una curiosa pareja: padre e hijo, quien sorprendió a medio mundo con una camiseta de Colo Colo acompañando sus probables ocho años de edad. La charla entre infante y adulto tuvo un punto álgido, donde el pequeño le pregunto “papi, ¿hoy ganó la ´U`?”, a lo cual el mayor contestó “claro, ´mijo`: la ´U` siempre gana…”

La voz del hincha

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